Orígenes del hinduismo

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La India prearia

Los hindúes mantienen en la actualidad unas creencias que se desarrollaron durante los primeros mil años de la era actual. Sus raíces, no obstante, se hallan 3.000 años atrás, en la brillante civilización india que floreció en el valle del Indo aproximadamente entre el 3000 y el 1500 a.C.
Posiblemente, los primeros pobladores fueron los negritos, seguidos por los protoaustraloides, los pueblos mediterráneos, actualmente asociados sobre todo con la cultura dravídica, los mongoloides de los márgenes septentrionales y nororientales, y por útlimo, los braquicéfalos occidentales.
La primera gran civilización fue la del Indo, de Harappa o de Mohenjo-Daro. Ésta se extendió a partir de sus ciudades más importantes, Mohenjo-Daro, en el Sind, y Harappa, en el Pendjab. La mayoría de los 150 emplazamientos de esta cultura de la Edad del Bronce se hallan en el actual Pakistán.
Algunos estudiosos mantienen la creencia de que el pueblo que dio origen a esta civilización era drávida (puede haber contribuido con divinidades animales como el dios Ganesha con cabeza de elefante, y el sobrehumano rey-mono, Hanuman, junto con la teoría de la transmigración de las almas), es decir una rama del grupo mediterráneo, con la que también están conectados los etruscos, los íberos, los egipcios, los sumerios y los hititas. Según esta teoría, las ciudades del Indo serían la ramificación oriental de una civilización urbana implantada en Mesopotamia y Egipto. La llegada de los pueblos indoarios puso final a esta etapa dorada.
Una de las representaciones más importantes es la del «dios astado»: está sentado sobre un taburete y con las piernas cruzadas al estilo del yoga, con los brazos extendidos y las manos apoyadas en las rodillas y rodeado de animales: lleva sobre la cabeza un penacho de plumas entre dos cuernos de búfalo. Esta «deidad astada» aparece sobre diversos sellos, en uno de los cuales presenta un triple rostro. Acaso sería una anticipación de Shiva, el dios indio que tiene tres o cuatro caras en la religión clásica de los brahmanes.

El tronco indoeuropeo

En 1783 William Jones (1746-1794) fue nombrado juez del Tribunal Supremo de la Administración inglesa en la India. Y allí aprendió el sánscrito; pronto se percató de las semejanzas entre algunas lenguas europeas: el latín, el griego y el germánico y ciertas lenguas asiáticas, a saber, el persa y el sánscrito, reivindicando un antepasado común para todas ellas: el indoeuropeo.
Podemos situar la época de los primitivos indoeuropeos en los dos milenios entre el 4000 y el 2000 a.C. Su país de origen no está determinado con seguridad total, aunque algunos investigadores señalan las estepas del sur de Rusia.
Mediante un estudio comparativo, iniciado sobre todo por Max Müller, de la mitología védica, el Avesta y la literatura griega, se intentó componer el universo religioso de las tribus indoeuropeas. Se dijo que éste estaba centrado en la figura de una deidad celeste, Dyaus, afín a Zeus y Júpiter; la tormenta, el rayo-fuego y el viento son otras tantas deidades notables que simbolizan la fuerza. Asimismo, el culto del fuego forma parte de las creencias religiosas de los indoeuropeos.

La rama aria

Hacia 1500 a.C., comienzan a llegar al noroeste de la India los arios (procede del sánscrito árya, que significa «noble» o «libre»). La sociedad aria estaba jerarquizada en tres niveles: un nivel sacerdotal y soberano, el cual comportaba dos aspectos, uno violento y mágico y el otro bienhechor y jurídico; un nivel guerrero y un nivel popular y productor. En un primer momento estaban divididos en las tres clases indoeuropeas: los campesinos y artesanos (vaishya), los guerreros (kshatriya) y los sacerdotes (brâhmana). Las poblaciones sometidas constituyeron la cuarta clase.
La religión indoaria o védica consiste, en primer lugar, en una mitología muy elaborada. Las divinidades de los himnos védicos, son entidades dinámicas que intervienen sin cesar en los asuntos humanos. Adecuadamente invocadas, obsequiadas con espléndidos presentes, son generosas y dispuestas a ofrecer ayuda y conceder riqueza; de lo contrario, temibles.
La literatura védica menciona treinta y tres deidades, divididas en tres grupos de once deidades cada uno: el correspondiente al cielo, a la atmósfera y a la tierra. A estas treinta y tres divinidades tradicionales pueden sumarse dioses menores, genios tutelares, locales, objetos, acciones, plantas y héroes divinizados.
Las deidades arias eran sobre todo divinidades celestes y masculinas. El primitivo dios indoeuropeo del cielo, Dyaus, había dejado atrás sus características religiosas, siendo ahora el cielo. Durante su larga marcha por las estepas euroasiáticas los arios prescindieron de Dyaus y lo sustituyeron por Varuna, uno de los siete hijos de Aditi (madre de las deidades solares).
Varuna es guardián y regulador, con sus hermanos, del orden cósmico (rita) dentro del cual toda ley física o moral tiene su necesaria actuación.
Una noción importante en la cultura india posterior e íntimamente relacionada con Varuna es la de mâyâ, que en los himnos védicos significa trasformación inducida de forma voluntaria por medio de magia, truco o engaño.
Varuna es también un «dios ligador», y una gran cantidad de signos y rituales tienen como objeto liberar o proteger al individuo de los «lazos de Varuna». En la India védica hallamos otras divinidades ligadoras como: Indra, Nirrti y Yama.
Indra, al igual que Agni y Soma, libera a los individuos de los lazos de Varuna y de las cadenas de los dioses funerarios. Los nudos son los elementos constitutivos de Yama, dios de la muerte y soberano de los infiernos.
Cinco son los dioses representativos de los diversos aspectos de la actividad solar: Mitra, Savitri, Sûrya, Pûshan y Vishnu. El más antiguo de éstos, Mitra, es el encargado de vigilar la fidelidad de los hombres, los estimula al trabajo fecundo y les hace observar los contratos; protege la amistad y castiga al traidor.
Savitri es un principio de movimiento que determina la irradiación de la luz solar, la circulación de las aguas y la de los vientos. Se le representa montado en un carro, tirado por centelleantes corceles. Se le dirigen plegarias para que perdone los pecados y conduzca las almas a la morada de los justos.
Sûrya alude al Sol, con el que suele identificarse con frecuencia. Es descrito como un hombre de color rojo oscuro, con tres ojos y cuatro brazos. En dos de sus manos tiene unos nenúfares con la tercera imparte bendiciones y con la cuarta da ánimos a sus adoradores. Su esposa es Ushas (la Aurora), hija del cielo y hermana de la noche, los himnos védicos dedican veinte himnos a ensalzar y celebrar su figura.
Pûshan es el nombre de un dios-sol y se le invoca como guía de los viajeros y protector del ganado.
Vishnu es en los Vedas un dios secundario que ayuda a la humanidad en su lucha contra los demonios, y representa un mito solar como otros varios.
Los Ashvinos o Nâsatyas, divinidades celestes aliadas de Indra, hermanos de la Aurora, gemelos inseparables, simbolizan en la India el lucero de la mañana y la estrella de la tarde.
Indra es la suprema divinidad en el ámbito aéreo. Dios de la guerra, al que los himnos védicos atribuyen el éxito de la campaña de los arios sobre sus enemigos. Su victoria sobre Vritra, el demonio que retenía las aguas, representado en muchas ocasiones bajo la forma de una serpiente, nos muestra a Indra asociado también a la cosecha.
Entre los aliados de Indra figuran los Maruts —hijos de Rudra y de Prishni—, dioses que cabalgan las nubes y provocan la lluvia y las tormentas.
Rudra es otra divinidad atmosférica típicamente india. Junto a innegables favores, distribuye desgracias, enfermedades y muerte. Se la llamó también Shava, y una variante, el epíteto Shiva, iba a convertirse con el tiempo en una de las deidades que constituyen la trinidad hindú.
El dios terrestre más importante fue Agni, representado como el portador de ofrendas a las divinidades. Su personalidad se complicó tanto, que adquirió el triple carácter de acuático, terrestre y celeste, debido a sus múltiples manifestaciones. Con mil ojos vela por la persona que le presenta alimentos y ofrendas, la protege contra sus enemigos y le confiere la inmortalidad.
Soma es también una deidad polimorfa. Representa la luna, el frescor, lo líquido.
La característica más sobresaliente de la mitología india clásica es la coexistencia, en un mismo plano teórico de la denominada trimurti («las tres formas»), constituida por tres grandes deidades: Brahma («el creador»), Vishnu («el conservador») y Shiva («el destructor»); y sus consortes son: Saravastî, Lakshmî y Pârvatî, respectivamente.
Brahma deriva de la antigua idea de Dyaus primordial: absorbió algunos rasgos de Varuna y el significado abstracto del concepto neutro del Brahman (incluso su nombre), para convertirse en el Uno, el Absoluto y por último en el creador del Cosmos. Más tarde Brahma será eclipsado por los otros componentes de la trimurti.
En los Brâhmanas, Vishnu pasó a una categoría superior hasta absorber a Indra y a las divinidades y héroes famosos; más tarde se impuso al propio Brahma. Se le representa en forma humana, como un hermoso joven sonriente de piel azul intenso, cuatro brazos y tiara en la cabeza, símbolo de lo infinito.
Cuando en el universo se producen males o se viola la ley divina, Vishnu lleva a cabo «descensos» periódicos (en sánscrito, avatarâ de la que deriva la palabra «avatar») a la Tierra, que según la tradición alcanzan el número de diez: los primeros se produjeron bajo apariencia animal (pez, tortuga y jabalí) y el resto con aspecto humano; sin duda, los avatares que gozan de más popularidad en la India son Krishna y Râma.
Shiva es el dios de la tempestad. Recibió el calificativo de Shiva («el benéfico») por una parte de su naturaleza; se trasformó en el destructor por sus características maléficas y mantuvo el nombre, algo paradójico. Indiferente a los placeres, es adorado en todas partes como principio de generación bajo la apariencia del lingam o falo.
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