El budismo en China

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La penetración del budismo se vio favorecida por los graves desórdenes políticos y económicos que tuvieron lugar hacia el final de la dinastía Han (25-220 d.C.). En esta situación de crisis social general, el budismo ofrecía soluciones terapéuticas a cuestiones apremiantes sobre el significado de los tiempos y de la misma vida, que no hallaban respuesta en el marco de la religión indígena.
El monasterio budista era el marco institucional para la plena dedicación al logro de un fin ultraterreno. A pesar de las importantes semejanzas que existían entre ellos, el monje budista y el anacoreta taoísta, no podían confundirse el uno con el otro. Más fuerte aún era el contraste entre el monje y el caballero confuciano ideal.
Bajo los auspicios del Estado, se emprendió una traducción sistemática y notablemente disciplinada de los textos budistas, introduciéndose muchos nuevos sûtras y comentarios, en torno a los cuales empezaron a formarse escuelas y sectas. Entre las primeras figuran la de T'ien-t'ai, basada en el Sûtra del Loto, y la de San-lun, que se basaba en los textos de la «Perfección de la Sabiduría» (Prajñâpâramitâ) y en documentos de la escuela Mâdhyamaka.
Los conceptos del budismo Mahâyâna sobre la existencia de muchos Buddhas, cada uno con su «paraíso» y de los grandes bodhisattvas, dieron lugar a varias importantes tendencias piadosas del budismo popular. Se adoró a Maitreya como al bodhisattva que vendrá el primero a este mundo como Buddha, y su culto comprende algunas notables creencias escatológicas y mesiánicas sobre la decadencia de la doctrina budista en la época actual de oscuridad y la gloria de una nueva era bajo la dirección de Maitreya.
El culto del bodhisattva Avalokiteshvara era aún más popular y, probablemente también bajo la influencia del folklore indígena, llegó a representarse como una figura femenina llamada Kuan Yin. Se creía que ésta rescataba del peligro y de la desgracia, preservaba del pecado y concedía toda clase de felicidad y prosperidad. Kuan Yin está estrechamente asociada a Amitâbha, el Buddha del paraíso occidental, y se creía que llevaba las «almas» de los creyentes a la región de la luz en el momento de su muerte. Allí, en la «Tierra del deleite» (Sukhâvati) o la «Tierra Pura», permanecían hasta el momento de su Nirvâna final, en perfecta y en una felicidad sin mancilla.
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