El Formalismo Ético

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El desideratum de los sistemas de ética formal es evitar el carácter “dado” del contenido moral.
La realidad humana es constitutivamente moral y es absurdo calificar de “in-moral” una conducta humana: sólo tiene sentido tal expresión para el irracionalismo extremo (que es autocontradictorio) y para el determinismo (que también predica una moral, la de la conformidad con nuestro destino).
La vida moral en cuanto a su “forma” (moral como estructura) consiste en “quehacer”, en “hacernos” nuestra propia vida, en definir nuestra personalidad en cada uno de nuestros actos. Todas las filosofías suponen, aún implícitamente, la dimensión “formal” de la moral.
En Aristóteles, la teleología ética está subsumida en la teleología general del universo, la “tendencia de todas las cosas al bien”: todo acto humano se lleva a cabo con vistas a algún “bien moral”. El hombre es moral porque se conduce a sí mismo por su propio inteligir o por su inteligencia en cuanto versión a los otros, con independencia de a dónde se conduzca. Aristóteles y el concepto análogo (no “unívoco”) del bien: el bien como concepto indeterminado y “formal”, aquello que se busca, el fin de nuestras acciones. Aquello que se busca kathautó, y no en vista de otro bien, es el bien supremo. Pero el bien puede ponerse en cualquier cosa.
Las dos demandas distintas que constituyen la moral: que hagamos por nosotros mismos nuestra vida y que la hagamos conforme a una cierta “idea del hombre”.
¿De dónde procede el “contenido” de la moral? Este segundo momento –la moral como contenido- no es incontrovertible, pues se funda en un supuesto procedente de la teología natural (existencia de Dios) y además dicho contenido ha variado mucho históricamente. El contenido de la moral concreta depende de la religión, que lo determina, al menos parcialmente.
El surgimiento de una moral puramente formal en épocas de crisis religiosas y desconfiaza en cuanto al “contenido” (deísmo y ateísmo). Las dos únicas éticas formales en rigor: la kantiana y la existencial.
El formalismo ético kantiano es indiferente a lo que se haga, si se hace bajo la forma de puro respeto al deber, pero es más nominal que real (Kant acepta como factum la moralidad cristiana protestante).
El formalismo ético existencial, más radical. Sus predecesores: Kierkegaard y Nietzsche.
  • Kierkegaard y el acento en la “actitud”, no en el contenido: en la seriedad, sinceridad, profundidad, la elección, el pathos. Sin embargo, Kierkegaard es cristiano.
  • Nietzsche y las consecuencias de la “muerte de Dios” en cuanto revolución metafísica y ética, destrucción del mundo espiritual, de las esencias e ideales): la ética sería la “forma” de aceptar el absurdo. Sin embargo, la ética nietzscheana es “material”, pues su contenido son los valores vitales en cuanto “materia negativa” de una posición atea coherente.
  • Sartre y la ética puramente formal sólo cuando se hayan borrado todas las huellas del cristianismo y sea ociosa la lucha contra él. El valor, expresión de la manquedad constitutiva del fracaso inevitable de la experiencia. El existencialismo no propone contenidos objetivos al acto moral.
  • Heidegger y el formalismo ético aún más puro que en Sartre, con menor “materia negativa”. Renuncia a entrar en la problemática material de los fenómenos morales: la voz de la conciencia sólo llama al Dasein a la existencia y al más propio poder ser sí mismo.
  • Jaspers y la mayor proximidad posible al puro formalismo existencial: renuncia a todo contenido negativo (no es anti-nada) y a todo contenido filosófico. La grave exhortación moral (Appell) y la repulsa de Jaspers hacia la “objetividad” de la doctrina. La filosofía sólo muestra el camino desde el Weltdasein (aspiración a una firme aprehensión de realidades objetivadas) a la existencia (el no-saber, la “nada”, la Trascendencia, a través de las “situaciones-límite”). La “verdad dogmática” frente a la “verdad comunicativa” de la filosofía (en cuanto contacto de existencia y exhortación). La trascendencia del mundo en cuanto tensión y desgarro desde la resistencia del mundo, y no como huida, mística o fuga. La meditación ético-existencial de Jaspers, inserta en realidad en la tradición protestante alemana.
La moral puramente formal es una moral insuficiente: la ética real y concreta precisa ser “material”.
Un sentido distinto del formalismo ético: no puede ocuparse de qué acciones sean buenas o malas, sino de la naturaleza, significado y posibilidad de los predicados y de los juicios éticos. La tradición anglosajona de la ética como “análisis del lenguaje ético” o lógica de la ética, renunciando a la metafísica y a la psicología.
El formalismo ético anglosajón y cuatro de sus principales representantes.
  • G. E. Moore y los Principia Ethica como prolegómenos para una futura ética científica. La pregunta por el predicado “bueno” y la conclusión de que los predicados éticos son sintéticos, no analíticos. Las pretensiones mooreanas, mezcladas con su intuicionismo y su utilitarismo no hedonista.
  • Wittgenstein y el formalismo crítico “anti”-ético, continuado por Carnap, Ayer y Russell: los juicios éticos no son verdaderos ni falsos, pues carecen de sentido y no son lógicos, sino psicológicos.
  • Ch. L. Stevenson y Ethics and Language: el ethical meaning desde una perspectiva semántica. La naturaleza dual del juicio ético: expresa (des)acuerdos en creencias y en actitudes. La ética modifica las actitudes por persuasión o mediante “supporting reasons” y los correlatos semánticos de estas dimensiones son el significado descriptivo y el emotivo. Stevenson reivindica la importancia del sentido emotivo, frente a los positivistas, y del sentido descriptivo, que hace a los juicios éticos susceptible de cierta verdad o falsedad. Sin embargo, los juicios éticos carecen de validez científica.
  • S. T. Toulmin y The place of reason in Ethics: la “lógica de la evaluación” y la obligación de la razón de trabajar sólo sobre data recibidos (pensamiento antifilosófico y antimetafísico). El problema ético del ethical reasoning: ¿qué es un buen razonamiento en ética? La investigación sobre el razonamiento en general y la gran versatilidad en los usos de la razón. La función del juicio ético consiste en la armonización de las acciones de las gentes que viven en comunidad (neoutilitarismo ético consistente en el ideal de sociedad sin conflictos como finalidad de la ética, “ética social” como concepción extrínseca y organizativa de la ética). La “justificación” de la ética está más allá de ella, en un sentido wittgensteiniano. Toulmin elimina del ámbito ético la persecución del propio bien, los actos en sí mismos, las virtudes y vicios, los modos de la vida moral, el êthos y la abertura moral a la religión.
Para los investigadores anglosajones, la ética científica, si es posible, tendrá que ser lógica de la ética.
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