La doctrina de Zaratustra

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El perfil de lo divino

Zaratustra recibe la revelación de la nueva doctrina religiosa del mismísimo Ser Supremo, Ahura Mazdâ («Sabio Señor»). Al aceptarla, imita el acto primordial del Señor: opta por el bien. El núcleo de la reforma de Zaratustra consiste en una imitatio dei. Se invita al individuo a que siga el ejemplo del Señor, pero en su elección permanece libre.
Los partidarios de la doctrina de Zaratustra son conocidos como mazdeos o mazdayasnios. No hay total acuerdo sobre si el concepto de la divinidad en Zaratustra es monoteísta o dualista.
Desde el instante en que el fundador de la doctrina mazdea se enfrenta al politeísmo indoeuropeo, se ve abocado a defender la idea de un solo dios creador y todopoderoso, del cual las divinidades populares no eran más que burdas imitaciones.
No obstante, cuando Zaratustra reparó en el problema del mal tanto físico como moral tuvo que recurrir a la afirmación de la existencia de dos espíritus eternos y opuestos: el bien lo atribuyó al espíritu bueno y el mal al espíritu malo. Una vez en este punto, Zaratustra no pudo armonizar en una sola la doctrina de un único dios, omnipotente, con la de dos principios igualmente poderosos y perennes. Una y otra doctrina ocupan los puestos de relieve, sin que haya tentativa alguna para salir de esta especie de paradoja.
Ahura Mazdâ es el artífice de todo cuanto existe: el orden del mundo y la regularidad de su curso, la creación del hombre, la sanción de las acciones morales, etc. Su actuación sobre el universo es continua y benéfica, y consiste en ayudar a todos los seres a que dirijan sus esfuerzos en aras del bien.
Pero Ahura Mazdâ no está sólo, le acompañan siete seres semi-divinos, una especie de «ángeles», los Amesha Spentas («bienhechores inmortales», «santos inmortales») y son: Spenta Manyu («el Espíritu Santo»), Asha («Justicia»), Vohu Manah («el Buen Pensamiento»), Kshatra («el Imperio»), Sarvatât («la Integridad corporal», «la Buena Salud»), Amretât («la Inmortalidad») y Armaïti («la Devoción»).
En radical oposición con Ahura Mazdâ y su corte de eficaces colaboradores está el principio del mal con sus secuaces: los daevas. Estas deidades benéficas para el hinduismo, pasan a ser maléficas por obra de Zaratustra. Degradado a espíritu infernal está haoma (el soma de los indios). La libación del soma el Veda sobre todos los demás sacrificios.
El gran oponente de Ahura Mazdâ es Angra Mainyu, el Espíritu Maligno, y junto a él se halla una personificación femenina del mal, Druj («Mentira»); a sus órdenes está el ministro Aka Manah (el «Mal Sentir») y Aeshma («Rabia»).
Toda la teología mazdeísta es una larga discusión en torno a temas tales como si Ahura Mazdâ y Angra Manyu son hijos de la misma madre; si se convierten en hermanos enemigos al rivalizar por la herencia de la soberanía del universo o si coexisten desde toda la eternidad.

La ética

De la imagen del mundo religioso-metafísico de las creencias avésticas resultan para el individuo importantes obligaciones y exigencias de naturaleza ética, pues el hombre es el punto central de los seres creados, en quien se entrecruzan el mundo del bien y el mundo del mal y a quien se esfuerzan por conquistar Ahura Mazdâ y Ahriman. Lo mismo que para el mundo material ha creado las leyes de la naturaleza, el Sabio Señor ha establecido para los hombres una obligación ética, una ley para los suyos y para su reino: el hombre debe decidirse por el reino del Sabio Señor y luchar por él en la tierra. En la tierra es, pues, donde primero se da la batalla por el triunfo del bien.
El ser humano dispone de libertad y esto le permite elegir, si ése es su deseo, entrar a formar parte de los ejércitos de la deidad malvada, el eterno rival del Sabio Señor. De ahí que en la tierra los seres humanos estén divididos en dos grandes secciones opuestas e irreconciliables entre sí y puedan ser miembros de grupos en pugna, el de la mentira y el de la verdad.
Para Zaratustra, todas aquellas cosas que favorecen la destrucción y la muerte están al servicio de las entidades malvadas; por el contrario, todo lo que tenga que ver con el amor a la casa y a las tierras, el respeto a los animales útiles a la economía doméstica, está en armonía con el Sabio Señor.
Zaratustra refleja en su reforma la doctrina de la responsabilidad personal y la necesidad de rendir cuentas, ideas ambas que constituyen la estructura de su ideología moral. La responsabilidad a la que se refiere Zaratustra no se limita sólo a las acciones interiores del ser humano. Éste tiene que someterse a los principios de la ley moral; y el medio para cumplir con este supremo deber es decidirse por el Sabio Señor, tomar parte en su empresa. Luchar al lado del Sabio Señor significa combatir por el acrecentamiento de la creación, que es obra suya, como todo aquello que tiene que ver con la vida.

Cosmogonía

En el Yasna (44-5) salta la pregunta sobre quién fue el artífice del cielo, de la tierra, etc. «Esto te pregunto (al punto), ¡oh Ahura Mazda! dime (pues) con claridad: ¿Quién como hábil artesano ha hecho la luz y las tinieblas?» En realidad estamos ante una pregunta retórica: el artesano no es otro que el mismo Ahura Mazdâ.
Un segundo momento en el inicio de las cosas es la elección hecha por los Espíritus gemelos entre el bien y el mal, la vida y la muerte, etc., seguida por otra decisión semejante que hacen los daevas y el ser humano.
Hay aún un tercer momento que viene señalado por una especie de contrato social en que el ser humano y el toro se comprometen mutuamente bajo la dirección de Zaratustra y de un dirigente misericordioso aún por venir. Este último rematará la obra de la creación y extenderá los dominios de la justicia divina.

Sacrificios, rituales y magia

Los tres factores básicos del sacrificio iranio eran el haoma, el fuego y la sangre.
Al parecer, en una época muy remota ciertos sacrificios solemnes estaban directamente relacionados con la preparación de una «bebida de inmortalidad» que ingerían los devotos tras arrojar al fuego una cantidad para las deidades.
Se tenía la creencia de que la ingestión del brebaje transformaba al sujeto en una especie de divinidad inmortal. Según la leyenda, este haoma fue sustraído a las divinidades y entregado a la humanidad. Desde ese instante, los inquilinos del panteón son tributarios de los seres humanos: si éstos perdiesen la fe, si renunciasen a «exprimir el haoma para las deidades», de acuerdo con la fórmula consagrada, los inmortales dejarían de ser tales. Y este ocaso de las divinidades conduciría inexorablemente a la desaparición del universo.
Al parecer, la bebida en cuestión era tóxica. Según nos revelan diversos textos, su absorción provocaba una especie de embriaguez o de trance extático. Lo que ha llevado a algunos estudiosos a afirmar que se trataba de un alucinógeno; recientes trabajos afirman que era vino. Para la preparación del haoma se maceraban en agua sagrada las ramas de la planta haoma; acto seguido se colocaban en un mortero, cuyos lados han sido golpeados varias veces con el correspondiente mazo, mientras se pronunciaban fórmulas apotropaicas. Se recogía el jugo y se filtraba con un cedazo hecho a base de pelo del toro sagrado.
Zaratustra rechaza el haoma y el sacrificio de animales, además del rechazo de todas las deidades del panteón indo-iranio, convertidas en deidades malignas. Pronto se verá que el poder del sentimiento popular y la pericia de los sacerdotes lograrán que subsistan dichas deidades, aunque sea de una manera oculta, en la religión mazdeísta, de la misma manera que el haoma será reintegrado en el seno del ritual.
En el zoroastrismo del periodo posterior, la misión más importante de los sacerdotes era el culto del fuego. En la época sasánida había una clara jerarquía de fuegos. Se distinguían tres fuegos rituales que reciben los nombres de: Farnbag, el fuego de los sacerdotes; Gushnasp, el fuego de los guerreros, y Burzen Mihr, el fuego de los agricultores. En el Avesta encontramos una clasificación que distingue cinco fuegos, a saber: «El fuego Berezisavab, que brilla ante el Señor; el fuego Vohufryana, que se encuentra en el cuerpo de los hombres y de los animales; el fuego Urvazišta, que se encuentra en las plantas; el fuego Vazišta, que lucha contra Spenjagrya entre las nubes, y el fuego Speništa, que se utiliza para el trabajo».
Zaratustra no rechazó todos los sacrificios sangrientos. Por su parte, la magia fue formalmente condenada por el zoroastrismo, que trataba como criminales a los brujos y hechizeros.

Viaje del alma después de la muerte

El pensamiento escatológico ocupa un lugar central en la doctrina de Zaratustra. Para el mazdeísmo, la muerte no supone el aniquilamiento del ser humano; sólo constituye un tránsito, al cual sigue la rendición de cuentas por las acciones llevadas a cabo en vida y el inicio de la nueva vida, dichosa o infeliz.
El juicio que sigue a la muerte es concebido como una cuenta exacta y minuciosa de las acciones de cada individuo, sean éstas buenas o malas. Todos los actos del ser humano quedan registrados, y Zaratustra afirma que habrá cuidado en los dominios de Ahura Mazdâ de que quede bien guardado el recto sentir de los justos, sus plegarias, su docilidad y su celo.
Cuando el recién fallecido abandona la vida y pasa al más allá, ha de atravesar el puente Chinvat, que une este mundo con el más allá. A través de este puente el alma del justo pasará al reino de Ahura Mazdâ, y Zaratustra promete hacer pasar contigo a cualquier persona que haya escuchado sus enseñanzas.
En el Avesta reciente se describe un período de tres días entre el fallecimiento y el viaje al más allá. Tanto el alma de la persona íntegra como la del impío son presentadas para ser juzgadas, de la mano de la propia conciencia personificada. En las fuentes de la época posterior aparecen en la función de jueces un colegio compuesto de tres dioses: Mitra, Rashnu (que sostiene la balanza insobornable en la que se pesa el bien y el mal) y Sraosha (asesor del juicio y vigilante).
Concluido el juicio, el alma se dispone a atravesar el puente; según la literatura pehlevi, la reacción del puente es diferente según quien lo pise: al pasar el alma buena, se hace espacioso y amplio; sin embargo, al pasar el alma réproba, el puente disminuye hasta quedar como el filo de una navaja, de modo que ella acaba cayendo en el abismo infernal.
Los Gâthâs nos informan de que el alma buena llega finalmente al reino de la luz, donde reside el Sabio Señor. En tanto que la mala llegará al abismo tenebroso, donde morará con los condenados y será objeto de terribles torturas.
Sin embargo, este juicio y sus consecuencias (buenas para unos, malas para otros) no representan para el ser humano el acto final de su trayectoria en el mundo. En la última etapa de la edad cósmica, todas las almas serán revestidas de nuevo de sus cuerpos y formarán parte en la lucha final entre los dos grandes principios, que finalizará con la victoria del bien. El universo será renovado y purificado, y las almas serán sometidas a la prueba del fuego. El principio del mal y su cohorte perecerán en el último combate.
Al parecer, será el tercer vástago de Zaratustra, el Saushyant, quien llevará a cabo la transformación al final de los tiempos.
Una vez que el Saushyant haya llegado, tendrán lugar los preparativos para la resurrección de los muertos, cuya duración será de cincuenta y siete años.
De esta prueba hasta las gentes malvadas saldrán purificadas; la humanidad tendrá una misma voz y ofrecerá grandes alabanzas al Sabio Señor. Entonces el Saushyant con sus colaboradores sacrificará al toro Hadâyôsh; de la grasa del toro y del haoma extraerán una bebida que proporcionará a la humanidad la inmortalidad.
Por último, tendrá lugar la última batalla del Sabio Señor contra la deidad maligna, en la que esta última caerá definitivamente derrotada. Los ámbitos infernales será purificados; lo transitorio pasará a ser eterno; el mal desaparecerá; el reino del Sabio Señor se restablecerá y del dualismo primitivo no quedará huella.
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