Culto, Ceremonias, Rituales y Magia

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La clase sacerdotal

El marco de la actividad litúrgica es el santuario. El templo es la morada de la deidad, donde acuden los fieles a rendirle ofrendas. Es una transposición simbólica del universo y del orden del cosmos. El sacerdote es el protagonista del culto, representante del faraón. Organizados piramidalmente. En punta, el faraón, sumo sacerdote que gobernaba el templo y su personal con atribuciones religiosas y políticas. Sacerdotes de rango menor que ejercían sus funciones por grupos. También existían sacerdotes profesionales: el lector; el sacerdote Sem, encargado de las preparaciones y presentación de ofrendas. Después se hallaban los «puros», especie de sacristanes dedicados a necesidades materiales y los «esclavos» de dios o servidores que eran los oficiantes propiamente dichos. Existían, también, mujeres con funciones relacionadas básicamente con su sexo, cantantes, danzantes…
Al parecer algunos cargos eran hereditarios. Progresivamente se fue constituyendo un tipo especial de sacerdotes, cuyos componentes se congregaban en colegios.
El sacerdote debía seguir ciertas normas y cumplir requisitos de purificación. Se le exigía ciertos límites en cuanto a alimentos, abstención sexual temporal en relación a la celebración de determinados rituales y vestir y calzarse de forma conveniente.

El ceremonial religioso

El culto cotidiano estaba en consecuencia con el carácter del templo. Se estaba al servicio de la deidad por lo que se debía hacerle el tocado, vestirle, proveerle de alimentos. La comida se disponía de forma decorativa, las sobras se repartían entre las estatuas de particulares y los privilegiados. Se realizaban en tres momentos del día en un lugar apartado del templo, lejos de la curiosidad. En determinadas festividades, la deidad era sacada y encerrada en una edícula que la ocultaba de las miradas, llevada en procesión, haciendo altos en el camino en algunos santuarios exteriores, donde se le ofrecían presentes, recibía homenajes de la gente y de los músicos.
Célebres eran los Festivales de Opet, en Tebas, con Amón y los dioses tebanos como protagonistas, y el Festival de Min.

Magia, superstición y adivinación

Se creía que en los rituales ciertas palabras, dispuestas en orden y empleadas en momento oportuno, poseían una fuerza irresistible, eran las «palabras poderosas». La creencia en las palabras mágicas tuvo su expresión en los textos funerarios egipcios. El texto de las Pirámides son hechizos, himnos, conjuros para ayudar al difunto en la otra vida, al igual que el Libro de los muertos. Creían que la magia de las palabras con poder podía ser transferida a objetos como amuletos. Existían, también, bebidas mágicas.
Entre los amuletos, el principal era el Ojo de Horus, la hebilla de Isis y el escarabajo, símbolo de la vida, dedicado a Ra. En los ritos funerarios era empleado el escarabajo para reemplazar el corazón y solía ser grabado en el dorso un sortilegio. La palabra que designaba a los amuletos era mk-t (protección) y udjau (lo que mantiene a salvo). Se empleaban contra enfermedades, demonios, calamidades públicas y protección de la muerte.
La magia se empleaba para proteger a la divinidad y al ser humano de los múltiples peligros que les acechaban. De ahí la gran cantidad de amuletos y talismanes mágicos que se fabricaban. Los egipcios creían que tanto las imágenes humanas como los símbolos podían ser animados empleando palabras mágicas, por lo que era habitual instalar en las tumbas imágenes de los muertos en piedra y madera dispuestas para trabajar en el otro mundo. Introdujeron una técnica mágica que ha sido posteriormente muy imitada: la figura de cera.
Las actividades oraculares tenían un origen meramente popular que fue ampliándose a los estratos más elevados de la sociedad y el gobierno. Sus dictámenes iban dirigidos al pueblo. Tenían lugar en determinadas festividades: Fiesta de Opet, de la Bella Fiesta del Valle y la Fiesta de la Audiencia Divina
Durante el Imperio Nuevo. El oráculo principal estaba presidido por Amón. En las postrimerías de este período, el oráculo se hace extensivo a todos los aspectos trascendentales del Estado, quedando bajo la tutela del sumo sacerdote. Una idea muy extendida fue la de que los oráculos procedían del mundo clásico, aunque Herodoto reconoce la existencia de los mismos en el valle del Nilo.
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