El legado de Irán

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No sorprenderá que el zoroastrismo influyera profundamente sobre el judaísmo postexílico, si se tiene en cuenta que fue después de la conquista de Babilonia por Ciro el Grande, en el año 538 a.C., cuando se permitió que los israelitas cautivos volvieran a Jerusalén para reconstruir el templo. Los que así lo hicieron quedaban sujetos, de todos modos, al dominio persa, lo mismo que los que permanecieron en Mesopotamia, que era la gran mayoría. Por estas fechas empezaba el zoroastrismo a dejar sentir en el imperio iranio su influencia, que sin embargo no ser haría evidente hasta unos doscientos años más tarde, luego de la conquista de Persia por Alejandro Magno y la subsiguiente adición de Palestina a sus dominios. Siria pasó a formar parte del sector occidental del imperio macedónico, regido por Seleuco I, uno de los antiguos generales de Alejandro. Surgió entonces en la literatura judía un nuevo género, el llamado apocalíptico, cargado de huellas inequívocas de las principales doctrinas del zoroastrismo sobre el cielo y el infierno, el juicio después de la muerte y, al fin del mundo, la jerarquía angélica, un dualismo del bien y el mal bajo dos ejércitos opuestos con sus respectivos caudillos. Miguel y Satanás, y en mucha consideración al movimiento zoroástrico, que asociaba con la dinastía aqueménide vencida. Pero la impresión que sus doctrinas escatológicas hicieron en el pensamiento del mundo persa —en el que se incluían los judíos— bastó para que en el siglo II a.C. constituyeran ya parte integrante de los nuevos escritos apocalípticos del judaísmo, tales como el libro de Daniel y, entre los apócrifos del Antiguo Testamento, el libro de Enoc y los Testamentos de los doce Patriarcas.
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