Introducción

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Egipto, cuna de la civilización

Inicio de la historia conocida, Egipto dividido en:
  • Bajo Egipto con capital en Menfis y dios titular la cobra con monarcas que lucían la corona roja;
  • Alto Egipto: dios el buitre hembra y monarcas con corona blanca.
Hacia el 3000 a.C. Narmer, soberano del sur, concluye la conquista del delta, fundando la primera dinastía de las 30 en las que Manetón clasificó a los faraones. Fue la religión y sobre todo el reconocimiento de la condición divina del faraón uno de los factores que más contribuyeron desde el primer momento a forjar el armazón de la cultura egipcia. Según la tradición, Egipto se unificó y configuró como Estado a la acción de su primer gobernante, Menes. Según la leyenda sus antecesores fueron los «espíritus semidivinos» que había heredado su autoridad de los dioses, que a su vez tenían su antecesor en el Creador, Re. La autoridad monárquica fue una institución de desarrollo paralelo al del universo.
Los más notables logros políticos y culturales se dieron durante las primeras dinastías y determinaron el modelo para los quince siglos siguientes. Después de la V dinastía no hay ninguna aportación relevante. Esta especie de estatismo, de inmovilismo que define a la civilización egipcia, tiene su raíz en las creencias religiosas: la fijeza de las formas hieráticas, la repetición de los gestos y de los logros alcanzados, son consecuencia de una teología que consideraba el orden cósmico como la obra divina por excelencia, y que veía en cualquier intención de cambio el peligro de un retorno al caos y, en consecuencia, de un triunfo de las fuerzas demoníacas, según Eliade.
Fuentes para conocer la sabiduría egipcia: textos bíblicos y referencias de escritores greco-latinos como: Homero, Hesiodo, Estrabón, Plutarco, Plinio el Viejo, Tácito, Flavio Josefo.
Se desconocen los orígenes más remotos de la civilización egipcia y, por tanto, de su religión y filosofía. Es probable que un pequeño grupo local, sometido al Nilo y a los vaivenes de sus crecidas, hubiera puesto los cimientos y que, posteriormente, se fuera enriqueciendo con aportaciones procedentes de otros pueblos. En la actualidad la gran parte de la población es musulmana, siendo reconocido en 1956 como religión del Estado.

Aspectos geográficos

Situado al NE del continente africano, colinda con Líbano al oeste, Sudán al sur e Israel al este. La costa norte se abre al Mediterráneo; al este el mar rojo lo separa de Arabia Saudita.
Hasta el periodo antiguo hasta la primera catarata, proseguía al sur por Nubia, hasta el sur de la segunda catarata. Las fronteras del Imperio a lo largo de su historia llegaron hasta Siria, y por el sur hasta el Sudán. Todo el valle, de una fertilidad extraordinaria gracias a la crecida anual tuvo, a partir del Neolítico, una de las más altas densidades de población de la antigüedad.
La cultura egipcia se desarrolló en perfecta comunión con su medio geográfico. Sin alejarse de sus tierras los egipcios conseguían lo imprescindible para su manutención. El valle se encontraba protegido y aislado por el desierto, el mar Rojo y el Mediterráneo. Hasta la irrupción de los hicsos (1674 a.C.), no sufrió ninguna invasión. Estaba habitado por una población rural cuyo destino estaba en manos de los delegados de una divinidad encarnada, el faraón. La navegación del Nilo permitió al rey-dios gobernar al pueblo mediante un régimen cada vez más centralizado.

El Nilo

La vida de las tierras y de las gentes de Egipto dependían fundamentalmente del río Nilo. De aquí nació inmediatamente una relación de dependencia religiosa entre el hombre y el Nilo, que se reflejará en la mitología y, concretamente, en la leyenda de Isis y Osiris. Esta leyenda, que ha dado origen a un ciclo de fábulas semejantes en todas las culturas, es el principal motor de la religión egipcia.
El Nilo surge por las confluencias de los denominados Nilo Azul y Nilo Blanco, y ofrece un recorrido estrecho y bastante accidentado entre Jartum y Asuán. A partir de esta última entre en la historia, dado que, en la lucha por dominarlo y aprovecharlo, las poblaciones próximas a sus riberas fueron las artífices de la civilización egipcia. En total son 1200 kilómetros que fragmenta a Egipto en el denominado Bajo Egipto, al norte, y Alto Egipto (al sur).
Nunca dejaron, los egipcios, de ser conscientes de lo que representaba el río para el mantenimiento de su sociedad, economía, filosofía y religión. Al igual que existe un Nilo terrestre, existe uno celeste por donde navega la barca de Re en su proceso cotidiano de muerte y renacimiento.
Fue venerado con el nombre de Hapy. Se celebraban fiestas en su honor, se identificaba con Osiris. Es representado como una deidad masculina, andrógina, barriguda, de color verde, con senos colgantes, sus pies calzados con sandalias y su cabeza cubierta con un tocado formado por las plantas heráldicas del Alto o Bajo Egipto. Uno de los himnos más bellos es el «Gran Himno a Hapy» compuesto en el Imperio Medio. Se creía que Hapy habitaba en una gruta del fondo del río cerca de Elefantina. Esta creencia provenía de la transposición de una leyenda protohistórica. La literatura ha recogido el recuerdo de una época en que los moradores del Bajo Egipto, de cultura más avanzada, poseían sistemas de irrigación que empleaban para canalizar la inundación anual, mientras que el Alto permitía la libre circulación de las aguas.
Cuando el Alto dispuso de un sistema de riego, acogió el esquema mitológico del Bajo. Entonces se localizó el secreto escondite del Nilo en Yabal Silsila; posteriormente, cuando los límites se extendieron hasta Asuán, cerca de la primera catarata. Así pues, había dos Nilos, uno el del Norte, cerca de Heliópolis y otro, el del Sur, cerca de Elefantina. En esos dos lugares sagrados el genio de cada Nilo abría las puertas de su morada y hacía brotar por vía subterránea las aguas fecundadoras del océano, que ocasionaban la inundación anual.
Una de las características del Nilo era su crecida anual, provocada por las lluvias torrenciales del sur. Anegaba el valle y el delta, depositando un aluvión de tierras y limos, que llamaban «tierra negra», de gran fertilidad, que dejaba los campos preparados para la siembra. La llegada de la inundación coincidía con la salida de la estrella Sotis (Sirio), por lo que los antiguos creyeron que ambos hechos estaban conectados, creyendo que era la responsable de la crecida del Nilo.
La investigación y el desarrollo de los métodos y técnicas para controlar las inundaciones fue el motivo de que los grupos asentados alrededor del valle y el delta organizaran una nación y una cultura. La consecuencia fue un régimen político teocrático, centralizado y estable, que auspició una organización social en forma de pirámide.

El faraón

Los faraones tuvieron el poder durante 2.700 años. Fueron las figuras dominantes de la estructura de poder, siendo el único caso en la historia. Egipto era controlado por un dios viviente. El faraón tenía dos funciones: una como pieza central de la maquinaria política y la otra como centro de las actividades religiosas que lo respaldaban y mantenían la ley y el orden. Estas obligaciones eran llevadas a cabo por ministros y oficiales cercanos.
El rasgo más sobresaliente del faraón era aglutinar en su persona el dominio de lo civil, lo militar y lo religioso.

Divinidad del rey

El último de los cinco títulos oficiales que lo designa es hijo de Ra. El resto de los títulos también lo sitúan más allá de los seres humanos: Horus-Ra; Horus-oro.
El carácter de la soberanía divina permaneció hasta el final de la civilización egipcia, llegando a impregnar toda la estructura social. Así se pretendía conseguir el orden universal.
Como hijo de Ra, el faraón era el lugarteniente de la divinidad sobre la tierra y, en virtud de ellos, responsable del bienestar de su pueblo. Como hijo de los dioses, el faraón era el elemento de unión entre los dioses y la humanidad.
La figura de la reina parece olvidada, aunque es un personaje poderoso y respetado, por la posición favorable de toda esposa en general en todo el mundo egipcio, y, desde el punto de vista ideológico, por sus funciones como madre del monarca sagrado. Ella es el lazo mediante el cual su hijo se vincula con la naturaleza divina, y es ella la que ofrece el fundamento de la legitimidad en sus pretensiones al trono.

Maat

Diosa de la justicia y del equilibrio cósmico, coronada con una pluma de avestruz. Representa una de las concepciones más complejas e importantes. En su origen tenía que ver con la línea recta, de tal forma que terminó por significar justicia, oponiéndose a la falsedad, pecado o rebelión.
Además de deidad, representa una idea y como tal puede definirse como justicia, equidad y orden social. La misión básica del soberano era mantener el mundo en el estado creado por las divinidades. Su labor radica en hacer que Egipto disfrute de prosperidad. Así el Maat exige de los hombres que sometan al entendimiento su caótica vida instintiva.
Una exploración más a fondo pone en evidencia que las ideas de verdad, justicia y orden social tienen su raíz primordial en el universo, pues Maat es por encima de todo una divinidad femenina que simboliza el orden cósmico. Es una institución de Ra y, por tanto, su hija, sobre todo en el Reino Nuevo.

La reforma de Akhenatón

Akhenatón o Amenofis IV (1372-1350 a.C.). Con el emerge el puro monoteísmo dirigido a suplantar a las numerosas divinidades animales. Su lema «vivir en la verdad». Arremete contra las convicciones, prácticas y costumbres de los campesinos y sacerdotes, por lo que incitó al pueblo egipcio a una resistencia apasionada.
Las más importantes manifestaciones de la reforma fueron:
  • La destrucción de todo rastro cúltico y del nombre de Amón.
  • Confiscación del patrimonio de la deidad
  • Demolición de los edificios religiosos
  • Cambio del nombre del soberano
  • Investidura como máximo representante
  • Propagación de una teología monoteísta y universalista
Las ideas religiosas resultaban demasiado extrañas a la mentalidad egipcia como para prevalecer. La reforma sucumbió con la desaparición de su creador, y los extraordinarios templos edificados por la XIX dinastía, evidencian los esfuerzos que fueron necesarios para recuperar la confianza de la clase sacerdotal.
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