Diálogo entre Oriente y Occidente

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El difícil diálogo

Estamos en un momento en que se persigue la integración de todos los pueblos de la tierra, por lo que hablar de Oriente y Occidente como si se tratara de dos mundos antagónicos es muy discutible y políticamente incorrecto. Resulta más exacto hablar de signos dominantes, tendencias, diferencias. Ambos son inseparables por la sencilla razón de que ninguno podría existir sin el otro. Temas como el de la condición de ser humano están forzando a Oriente y Occidente a encontrarse cara a cara.
Si el mundo ha de gozar de paz, según Chang Wing-Tsit, los patrones vitales de los diver-sos pueblos deberán ser fundamentalmente compatibles; hay señales de que los orientales desean occidentalizar hasta cierto punto su filosofía, hacerla más científica, más racional y positiva y más afirmativa respecto a lo particular; al mismo tiempo, el énfasis oriental sobre la intuición, el monismo, la armonía entre el hombre y la naturaleza, la ética de la simplici-dad, la paciencia… pueden ofrecer al Occidente pasto para la meditación.
Riviere afirma: el dialogo es una necesidad urgente. Pero es evidente que el dialogo es ca-da vez más difícil. La intolerancia, la amenaza, la violencia y la guerra se imponen cada día. Allí donde las civilizaciones de Occidente y Oriente llegan a rozarse se produce una tensión. El tema está en saber si las culturas de Occidente y Oriente pueden llegar a ese punto de encuentro sin chocar, sin violencia, sin recurrir a la amenaza ni a la confrontación. La expe-riencia dice que por ahora no es posible.

Hacia un encuentro Oriente-Occidente

El cultivo de la inmediatez, la uniformidad de la cultura de masas, la economía y el pensa-miento únicos llevan a la eclosión de una cultura de ámbito universal. Detrás de todo este proceso están los campos de intereses políticos y económicos. Se emplea un lenguaje con-sensuado con un claro barniz ideológico, que cada vez va conduciendo, poco a poco, a un proceso de homogeneización (entendida como una imposición etnocéntrica occidental al resto de las culturas del globo). Según Huntington: los no occidentales ven como occidental lo que Occidente ve como universal.
En este momento el dialogo intercultural e interreligioso se ha convertido en una exigencia y en un terreno adecuado en el que quizá puedan prosperar las semillas que favorezcan la actual crisis de la civilización occidental. Esta transformación tendría que ver en primer lu-gar con la apertura hacia nuevas perspectivas de pensamiento; en segundo lugar con una actitud abierta y desprejuiciada y, por último, con una enseñanza universal no circunscrita a ningún pensador, sistema, doctrina, época y lugar, a saber: la «filosofía perenne», ya que la esencia de la religión no está en los dogmas y credos, ni en los ritos y ceremonias que muchos rechazamos, sino en la sabiduría más profunda de todos los tiempos, la filosofía perenne, que es la única guía a través de la confusión caótica del pensamiento moderno. Las diferentes religiones no representan toda la verdad, sino aspectos de la verdad en que los hombres han creído. Son distintas expresiones históricas de una sola verdad, universal y eterna en su validez.

El conocimiento de la sabiduría oriental nos permitirá advertir que gran parte del pensa-miento occidental ha vivido reducido al desarrollo del concepto pre-socrático de logos, en-tendido como razón universal que domina el mundo y hace posible un orden. Este concepto conducirá en último término al desarrollo de la ley universal de la naturaleza a partir del renacimiento (Newton y Galileo) y finalmente a la técnica. Según Zubiri el saber humano fue primero un discernir el ser del parecer, más tarde se precisó en un definir lo que es; se completó, finalmente, con un entender lo definido. Pero a su vez entender ha podido signi-ficar: o bien demostrar, o bien especular, o bien experimentar.
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