La Virtud de la Templanza

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La temperantia de la ética cristiana no cubre el significado de la sophrosyne griega: ésta es un modo de ser, un êthos, mientras que aquélla, más concreta, es propiamente una virtud que además se refiere a la moderación de las pasiones concupiscibles que obran por el tacto. La doctrina tomista de la temperantia contiene varias afirmaciones muy actuales: en primer lugar, esta virtud no se opone sólo a la intemperantia, sino también a la insensibilitas. Además, la virtud de la templanza, por ser subjetiva y por su materia de aplicación, es inferior a las otras virtudes (algo inafirmable de la sophrosyne). Sin embargo, la conexión entre las virtudes y los vicios y su complexión en el êthos otorgan una gran importancia a esta virtud, que Aristóteles tildó de “preservadora de la prudencia”. En efecto, la prudencia asegura el sentido de la realidad, en tanto que la intemperancia nubla la realidad plena y objetiva en aras a la percepción subjetiva de lo “deseable”; además, la intemperancia también supone la pérdida de la fortaleza.

Para los griegos, la sophrosyne, de la que veían ante todo su belleza, era una conformación de la personalidad, una actitud ante la realidad y una manera armoniosa de concebir la relación alma-cuerpo. Más tarde, los estoicos y los cristianos pusieron el acento de la temperantia en la ascesis, aunque Santo Tomás recogió parte de la primera acepción al sostener que la temperantia es condición para percibir la belleza de la realidad.

El tomismo distingue en la temperantia partes integrales, subjetivas y potenciales. Partes integrales son la verecundia, que es más bien semivirtud, y la honestas, que es virtud en general y en cuyo concepto la conexión entre las virtudes remite a su raíz unitaria o êthos. Las partes subjetivas son la abstinencia, la sobriedad y la castidad. En cuanto a las partes potenciales, son éstas la continencia, la clemencia y mansedumbre y la modestia.

La continencia es imperfecta y más bien semivirtud, pues consiste en un sojuzgamiento que acredita que no hay armonía. Los estoicos la elevaron a virtud plena. La distinción entre enkráteia y sophrosyne es importante, pues por un lado afirma la unidad cuerpo-alma frente al “espiritualismo” y porque descubre que la virtud es, además de prudencia, “armonía” y “firmeza”; por otro lado, porque manifiesta que lo plenamente moral es su apropiación o realización plena a modo de “segunda naturaleza”, algo que no ocurre en la enkráteia en tanto que ésta evidencia escisión interna.
La clemencia modera la acción o punición exterior, mientras que la mansedumbre es moderación de la pasión misma. El vicio opuesto es la iracundia o exceso de ira (ésta en sí no es vicio, sino pasión).
La modestia modera aquellas situaciones de contención no tan difícil, y Tomás la divide en humildad, estudiosidad y modestia en los movimientos exteriores, en el ornato y en las diversiones.
  1. La humildad es una virtud religiosa y judeocristiana, cuyo opuesto es la soberbia, y que resultaba desconocida para los griegos clásicos, cuyo ideal de vida era la megalopsykhía. El Aquinate cometió el error de intentar equiparar la humildad con la metriótes y la confundió con la actitud del temperatus al definirla como necesaria para no tender inmoderadamente al bien arduo (al contrario que la magnanimidad). Siger de Brabante concluyó -incorrectamente- de este error tomista que la magnanimidad era la virtud de los grandes y la humildad, de los mediocres. Tomás de Aquino no fue capaz de ver la novedad de la humildad frente a la concepción helénica de la vida, y su asimilación de esta virtud a la metriótes le obligó a ponerla bajo la templanza, en vez de bajo la justitia y la religio (como hicieran San Agustín y los medievales). Al hacerlo así, Santo Tomás debilitó su doctrina de la religio y desnaturalizó la virtud de la humildad. La solución a este dilema podría venir de la no necesaria contradicción entre humildad y magnanimidad, pues ésta se refiere al hombre en cuanto unido al Absoluto (in sensu composito con Dios) y aquélla, al hombre comparado con el Absoluto (in sensu diviso). Santo Tomás, no obstante, supo, frente a San Agustín y San Buenaventura, reivindicar la grandeza humana de las virtudes naturales frente a las sobrenaturales.
  2. La estudiosidad es la templanza en cuanto al apetito de conocer y saber, y se opone a la indiferencia negligente y a la curiosidad (que está en relación o con la soberbia del conocer o con la frívola avidez de noticias, y que procede de la “concupiscencia de los ojos”).
  3. La modestia se refiere a los movimientos exteriores, al ornato y a la diversión, cuya virtud reguladora es la eutrapelia.
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