La Virtud de la Prudencia

Compartir:
Pueden dibujarse tres concepciones fundamentales de la ética: ética de la prudencia (Sócrates), ética de la buena voluntad (Kant) y ética de la prudencia y la buena voluntad (Aristóteles). La phrónesis no está bien delimitada frente a las virtudes dianoéticas en Sócrates, que no la distingue de la epistéme ni de la tekhne, ni en Platón, que la confunde con la sophía. Sócrates ve la areté como un “saber-cómo-obrar” a modo de ciencia práctica: la ética socrática es demasiado intelectualista, pues se basa en la bondad del hombre y en la eficacia moral de la sabiduría y la educación. Sin embargo, puede haber diferentes acepciones de “saber”, y el problema de la relación entre ignorancia o error y pecado no está aún resuelto: para Kierkegaard y Jaspers, la verdad puede estar en nosotros de un modo objetivo pero también incorporada a nuestra existencia (la verdad como apropiación podría aclarar este problema): todo pecado es un error existencial, compatible con un saber separado (Aristóteles ya distinguió, a este respecto, entre posesión de la ciencia en general o en hábito y en singular o en acto).

Frente a esta concepción, Kant separa el orden del conocimiento del de la voluntad, expulsa la prudencia del reino de la moral y convierte ésta en asunto exclusivo de la buena voluntad: no importa tanto hacer objetivamente mejor la realidad cuanto el cumplimiento de un imperativo categórico (el orden del ser no guarda relación con el del deber). La repulsa kantiana de la prudencia es la repulsa de la especificación moral por el objeto y la admisión de la especificación moral por el finis operantis.

Aristóteles delimitó a la vez el ámbito de la moral frente al de la metafísica y las otras ciencias y el ámbito de la phrónesis frente al de la sophía y al de la tekhne. Este filósofo distinguió en el alma dos partes: to epistemonikón (se ocupa de las actividades con principios invariables, epistéme y sophía) y to logistikón (se ocupa de las actividades con principios variables, tekhne y phrónesis). La diferencia entre tekhne y phrónesis es que la primera consiste en poíesis (saber facere, saber hacer cosas) y la segunda consiste en práxis (saber agere, saber vivir). Platón confundió la prudencia con sabiduría, mientras que epicúreos y estoicos la confundieron con la tekhne o ars, al tratar el agere como facere.

Cualquier proyecto humano exige un plegamiento a la realidad, un uso concreto y primario de la inteligencia con flexibilidad para adaptarse a las nuevas situaciones: tal plegamiento es la prudencia, que es la virtud de la realidad y posee dos vertientes, la cognoscitiva, que proporciona el sentido de la realidad, y la preceptiva del bien concreto. Los tomistas han pensado mucho más en esta última, que es menos importante que la primera. Esto se ha debido a dos razones: la concepción tomista atomizante del objeto de la ética (los actos) y la aplicación a la prudencia de la categoría de “término medio”, con sus implicaciones de virtud alicorta y mediocre. Sin embargo, considerando que el objeto último de la moral no son los actos uno a uno sino el êthos o personalidad moral unitaria, lo que incumbe a la prudencia es justamente determinar lo que cada uno tiene que hacer (pues nos hacemos a través de lo que hacemos).

Santo Tomás distingue como partes integrales de la prudencia la memoria (experiencia), el intelecto (intelección de lo singular), la docilidad, la solertia (prontitud en la ejecución), la juiciosidad, la providencia (previsión y provisión), la circunspección (consideración de todas las circunstancias) y la caución (cautela). El cuadro tomista-aristotélico de las partes potenciales de la prudencia incluye la eubulía (buen consejo), la synesis (buen juicio) y la gnóme (capacidad de obrar conforme a principios más altos). El Aquinate estudia también las distintas formas de imprudencia (precipitación, inconsideración, inconstancia y negligencia), la prudencia imperfecta (la “industria”) y las falsas prudencias (la prudencia de la carne -ligada a un bien carnal como fin último- la astucia y el dolo –uso de medios falsos- y la solicitud superflua).

Veamos algunas de las (malas) partes de la virtud de la prudencia. La sollicitudo (solicitud por las cosas temporales, opuesta a la magnanimidad) experimenta un giro revolucionario en su valoración y significado con el calvinismo. La industria (forma imperfecta de la prudencia, malicia en su peor acepción) también sufrirá una asombrosa transfiguración y magnificación por el calvinismo, el barroco y el industrialismo. En el caso de la providentia (una simple parte integral de la prudencia), la atenuación del sentido de lo trascendente a partir del Renacimiento hace que se sustituya la providencia de Dios por la del hombre: el páthos de grandeza del hombre que afronta solitario su destino se contagia incluso a pensadores religiosos, como Kierkegaard. Para Hartmann, el mito de Prometeo (“el que piensa previamente”) es el símbolo más profundo de la ética: Prometeo es el pro-vidente y funda así el êthos del hombre (esta previsión se conjuga con la sollicitudo, que adquiere el perfil nuevo de una preocupación por el ser mismo del hombre).

Junto a la sollicitudo, la industria, la providentia y la cura, surge en la época moderna una nueva forma de prudencia, la “falsa prudencia”, cuyo fundador en el ámbito de la moral personal es Gracián. La “prudencia” de Gracián es la prudencia mundada, prudencia entendida como industria, astucia, cautela, simulación y dolo, y que resulta necesaria al hombre gracianesco que vive en soledad su cruda experiencia vital en un medio hostil. El doble sentido de la prudencia gracianesca es el de la “representación” o fingimiento y el del “desciframiento” de la representación rival. Tras la representación sólo queda, para Gracián, soledad y desengaño: el orbe gracianesco de las obras se cierra sobre sí mismo sin felicidad ni trascendencia. El “arte de la prudencia” de Gracián ha sido una contrafigura de la prudencia y está en el origen de la reacción del antiprudencialismo moderno.

La primera forma de antiprudencialismo es el casuismo, una de las formas del racionalismo y conciencialismo modernos. El casuismo no aprecia la prudencia en cuanto virtud de las situaciones singulares (por racionalista) y sustituye la prudencia por la conciencia (en cuanto idealista). El término “prudencia”, para los pensadores modernos, a llegado a entenderse como habilidad para conseguir el propio bienestar mundano: en los escritos de los siglos XVII y XVIII, “prudencia” y “egoísmo” son palabras que han ido de la mano (la prudencia como virtud del egoísmo racional, virtud inferior). El concepto peyorativo de la prudencia en La Rochefoucauld tiene sus causas en el racionalismo y en la reacción contra Gracián.

Kant participa del concepto peyorativo de la prudencia entendida como habilidad pragmática para influir sobre los otros y utilizarlos para la consecución del propio bienestar: para Kant, nada tiene que ver la prudencia (así entendida) con la moral. Toda la ética moderna se ha hecho, según se ve, contra (un concepto deformado de) la prudencia. Se ve actualmente la prudencia, de forma injusta, como una virtud utilitaria y burguesa que busca seguridad frente a la inseguridad constitutiva del existir. Además, la prudencia es hoy por hoy atacada en dos frentes: en el de la ética de la situación (que juzga la moral prudencial como demasiado intelectual) y en el de los sistemas post-kantianos que continúan separando la buena voluntad y el conocimiento moral.
Compartir:

0 comments:

Publicar un comentario