El Objeto Material de la Ética

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El objeto material de la Ética son los actus humani (actos libres y deliberados), mientras que su objeto formal son esos datos según su ordenabilidad por la regula morum (los actos humanos en cuanto ejecutados y regulados u ordenados por él, considerados desde el punto de vista del “fin” o “bien”). En rigor, el objeto material de la Ética son los actos, que no son identificables ni con êthos (carácter en tanto “modo de ser” adquirido, estructuración unitaria y concreta de los hábitos o éthos de cada persona) ni con mos (que traduce a la vez êthos y éthos). El sentido de êthos pasa a significar habitus (más que éthos y menos que êthos) e incorpora la dimensión de “habitud” (habitudo), que significa, igual que héxis, “haber” o “posesión”.

Habitud significa “haber” adquirido y apropiado, que consiste en un “habérselas” consigo mismo o con otra cosa, es decir, en una “relación” o “disposición a”. La habitud dispone principalmente en orden al acto: los hábitos se ordenan a los actos y se engendran por repetición de éstos. Puede llegar un momento en que la responsabilidad moral del hombre radique más que en el presente (los actos) en el pasado (los hábitos). La Ética o Moral se ocupa fundamentalmente del carácter, modo adquirido de ser, que se adquiere por el hábito, luego la Ética debe tratar también de los hábitos; en este nuevo objeto material quedan envueltos los actos, y se establece un “círculo” entre modo ético de ser, hábitos y actos.

En relación con los actos, cabe preguntarse cuáles importan a la Ética. La Escolástica establece al respecto dos divisiones. Por un lado distingue entre actus hominis (que el hombre no realiza en cuanto tal) y actus humani (actos del hombre en cuanto tal, libres y deliberados); sin embargo, como hay actos no bien deliberados pero imputables al hombre, se establece una segunda distinción entre actos primo primi (por causas naturales), actos secundo primi (imputables parcialmente al hombre) y actos secundo secundi (los únicos plenamente humanos). En la Edad Moderna se tendía a limitar la imputabilidad a actos procedentes de la pura razón: sólo los actos “racionales” (los discursivamente deliberados) son los propiamente humanos. Al contrario, Aristóteles consideraba que la enkráteia (el sojuzgamiento de los malos movimientos en el alma) no es más que una semivirtud. Para el cristianismo hay que contar con el fomes peccati o secuela del pecado original (rescoldo de movimientos desordenados) que en sí mismos no son pecado: el hombre asistido por la gracia puede prevenir un movimiento desordenado antes de que nazca mediante una vigilancia convertida en hábito.

Sin embargo, la vida espiritual no se desarrolla siempre en forma de “debate” discursivo: los actos no surgen espontáneamente, sino que pertenecen a la personalidad, los hábitos y la historia de su autor. La psicología clásica ha cometido el error de atomizar la vida espiritual, tomando los actos de voluntad de forma aislada e independiente de los actos precedentes y concomitantes. Además, la psicología clásica ha atomizado también cada acto, muchas veces a partir del análisis del acto de voluntad efectuado por Santo Tomás. El Aquinate distingue diferentes momentos, unos respecto al fin, como velle (tendencia al fin en cuanto tal), frui (consecución del fin) e intendere (inclinación que envuelve los medios necesarios) y otros respecto a los medios, como electio (decisión de los medios), consilium (acto de tomar consejo o deliberar), el consensus (la complacencia o delectación) y el imperium o praeceptum. Quienes han estudiado estas indicaciones han establecido ordenaciones cronológicas de estos actos, añadiendo otros nuevos (la aprehensión, el último juicio práctico, el dictamen práctico y la distinción entre uso activo y uso posesivo de los medios). Sin embargo, todos estos momentos están interpenetrados los unos en los otros y forman una unidad. La serie cronológica es abstracta y convencional y propia de una psicología asociacionista; además, la distinción entre fines y medios es más problemática y cambiante que la supuesta por esta psicología, cuyo análisis del acto de voluntad sólo valdrá, en el mejor de los casos, cuando la voluntad proceda reflexivamente.

¿Procede siempre la voluntad de forma reflexiva? La experiencia muestra que no; así, lo que nos importa es descubrir la esencia del acto unitario de voluntad, averiguar qué es querer. Esta esencia no consiste en el mero velle (que no es más que un puro “deseo”), ni en la intención (sólo una vertiente interior del acto), ni en la elección. En español, “querer” significa a la vez “apetecer” y “amar” o deleitarse en lo querido; funde en una palabra velle y frui y hace consistir el velle en frui. En este sentido se fruye antes de disfrutar, se fruye desde que se empieza a querer, pues hay una fruición anticipada o proyectiva y una fruición de lo conseguido (el “disfrute”). De lo que se concluye que la esencia de la volición es la fruición, y todos los demás momentos acontecen en función de la fruición (según Zubiri). La voluntad reflexiva y propositiva es la modulación o distensión (el “deletreo”) de la fruición, modulación que no siempre entra en juego.

Haciendo esto o lo otro se llega a ser esto o lo otro; a través de los actos que pasan se va decantando en nosotros algo que permanece, la más profunda realidad moral del hombre.
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