Descubrimiento Histórico de las Diferentes Virtudes Morales

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La historia de las virtudes –la de su descubrimiento y apropiación- coincide con la historia de la ética como ethica utens. En el plano de la moral como estructura, el hombre es constitutivamente moral, pero en cuanto a la moral como contenido, todos los pueblos han poseído y poseen un código de normas rectoras de la conducta. Las virtudes y las distintas actitudes morales tienen una historia y los diferentes principios morales de validez universal se han desarrollado en los distintos pueblos según las diversas “líneas de fuerza” marcadas por las distintas ideas del hombre y de su perfección: la variedad moral depende de la preferencia por uno u otro êthos, aunque también se han dado errores de conocimiento moral.

Los pueblos antiguos nunca han concebido una perfección ética separada de lo religioso o lo jurídico. En el antiguo Egipto, una religión de inmortalidad, justicia y “obras” buenas imprime su cuño a una moral activista y preocupada del “rendimiento”. La justicia mundana, dictada por el Faraón, manifiesta la ley (hap), en tanto que la justicia ultramundana se logra por la justificación del muerto ante los dioses. Confucio, frente a Lao-Tsé, representa el sentido de la ética china, que estriba en el cultivo de las buenas disposiciones más que en la lucha contra el mal (bondad natural del hombre y desarrollo de la ética como “ética política”); en contraste, la moral del Japón se define por un fuerte êthos de virtudes viriles, militares y con un gran sentido del honor. La ética hindu, por su parte, tiene un carácter negativo y tiende a “desencadenar” al hombre del mundo por la negación de la vida individual: desconoce la realidad ético-personal del pecado, que se transporta al plano cósmico-metafísico, creándose un vacío ético que es sustituido por una moral de la compasión universal. El budismo constituye, por su parte, una profunda eticización de la concepción religiosa brahmánica.
La moral iraní es, de entre las orientales, la más afín a la europea y la más ética. La religión irania, que no es propiamente dualista, es una religión de lucha moral, de reforma de la vida y de afirmación del mundo y del bien; es una ética decisionista que pone de relieve el momento de la elección (el “tomar partido”) por encima del contenido de las acciones. En la religión babilónica, las realidades religiosas prevalecen sobre los puntos de vista éticos.
En cuanto a los sistemas morales occidentales, la ética de los germanos caracteriza el sentido del honor como el principio ético fundamental y el marco de las demás virtudes, entre las que descollan también la libertad, la valentía, la amistad y la fidelidad. Sin embargo, la moral vivida más estudiada ha sido la helénica, que ha transitado por diferentes fases:
  • La ética homérica es noble, heroica y guerrera y en ella prevalecen las virtudes de la megalopsykhía, eleuthería y eleutheriótes y la megaloprépeie (magnanimidad, señoría liberal, generosidad magnificente) junto con el aidós y la aiskhyne (el pudor de las malas acciones ante uno mismo y los demás).
  • La ética clásica es sobre todo una ética de sophrosyne, de mesótes y de metriotes (de nada demasiado).
  • Existen también morales pensadas: la socrática de la phrónesis, la platónica de la dikaiosyne y la aristotélica, síntesis empírica de las anteriores.
  • La tercera fase en las morales vividas griegas es la estoico-epicúrea, que descubre tardíamente el concepto de “deber” y “deberes” (to deon y ta deonta), que transita desde la megalopsykhía del guerrero a la del filósofo: es una moral a la defensiva que enarbola el lema de “sopota y renuncia” y que eleva la enkráteia (continencia) al rango de virtud fundamental.
La magnanimidad romana evoluciona desde la poética del magnus homo (las hazañas indiferentes a su contenido moral) a la del magnus animus (reivindicada por los defensores de la República, régimen de la honestas). En Israel, por otro lado, se subsume el principio moral en el religioso: el bien es la voluntad de Dios y las virtudes son siempre religiosas (la fe-confianza, la esperanza –mesiánica y positiva- y la upomóne o paciencia en el sentido de Job).
En el cristianismo, Jesús establece una relación entre el hombre y Dios de la que surge un nuevo êthos: la ágape o caritas informa la ética cristiana. La pretendida asimilación de la ética griega por la cristiana no dejará de presentar problemas: la justicia ya no puede ser toda la virtud, la magnanimidad plantea el problema de su conjugación con la humildad, la temperantia cristiana no coincide con la virtud “estética” de la sophrosyne, y tiende a convertirse en ascetismo. En la Edad Media, la justicia particular se comprende como justicia distributiva conforme a las necesidades representativas del estatus al que cada cual pertenece; en la época moderna pasa a primer plano, por contraste, la justicia conmutativa y la honradez comercial, y afloran las virtudes del trabajo, la laboriosidad y la previsión, la industria y la cura.
La prudencia se desnaturaliza y cae en el descrédito, en tanto el amor caritativo al prójimo se seculariza en la filantropía; la antigua pietas se convierte en la virtud del patriotismo, y la obediencia adquiere un sentido mucho más riguroso. La temperantia medieval pasa a ocupar un lugar predominante por mor del jansenismo y el puritanismo burgués. La palabra “honestidad” comienza a referirse sólo a lo sexual y la honradez se entiende sólo aplicada a las relaciones comerciales. De este modo, la moral moderna se estrecha en los límites de lo económico-individualista y sexual.
Resultado de esta evolución histórica es la existencia en la cultura occidental de dos morales diferentes, la protestante –secularizada y la católico-latina. Ésta mantiene su raíz religiosa y por ello cobran un valor central virtudes como la virginidad, la indisolubilidad conyugal y la procreación. La moral protestante, por su parte, pone el acento en la ética de la lealtad y la justicia en las relaciones humanas. Esta es una moral de exigencias menos elevadas pero que trata de compensar este perfil con un contenido mayor en el cumplimiento: mediante unos preceptos más fáciles de cumplir espera lograr una mayor moralidad real (según el patrón de la lealtad en los compromisos intramundanos). Por su parte, la moral católico-latina presenta algunos aspectos graves y peligrosos: uno es la distancia, a veces abismal, entre los principios y la práctica real (recuérdese que, según Aranguren, toda ética se abre a la religión). Otro aspecto grave es el de su unilateral espiritualismo individualista, que causa un atraso en el aspecto de la justicia social en los países en los que esta moral tiene vigencia.
Hoy por hoy el moralista ha de plantearse todos estos problemas, junto con el de la actualización (incluso nominal) de las virtudes: hay que revivificar las virtudes, haciéndolas trascender de un esquematismo rígido, evidenciando su naturaleza de manifestaciones, muy vinculadas entre sí, de un êthos unitario. Además, frente al refugio en la virtud privada, debe darse toda la importancia que merece a la virtud más social, la justicia, virtud que presenta dos caras: la “aceptación” y la de ser virtud del “hereje” (Jaspers) o del revolté (Camus).
Además, no puede obviarse el enfrentamiento de la moral occidental de corte cristiano con dos morales que han tenido una gran influencia en los tiempos recientes: la moral marxista, con un profundo sentido ético que fuerza a la lucha por la justicia social, y la moral vivida del existencialismo (moral de la situación, de la elección, de la libertad), que ha prestado dos grandes servicios: refutar existencialmente el neutralismo del hombre “privado” y cobrar conciencia de que el hecho de que haya gentes éticamente “menores de edad” es un hecho, no un ideal moral.
Y en cuanto a la libertad, antes que una actitud política es una actitud personal (una virtud): debemos desplazar el centro de nuestras preocupaciones desde lo político a lo social y a lo personal, pues la salvación de los pueblos es antes personal y social que política.
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