Conciencia Moral

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Las dos acepciones del término “conciencia”:
  • Reconocimiento de algo exterior o interior: sentidos psicológico, epistemológico y metafísico.
  • Conocimiento del bien y del mal (conciencia moral).
La progresiva importancia del tema de la conciencia en el desarrollo de nuestra cultura, pese a las críticas procedentes de diversos frentes en la filosofía contemporánea (filosofía de la sospecha, estructuralismo, éticas comunicativas).

Historia de la noción de conciencia

a) Las fuentes griegas y bíblicas

El término griego synéidesis y la elaboración de la noción a través de la tragedia, el orfismo, el pitagorismo y su transmisión a Demócrito y a Sócrates-Platón-Aristóteles.
El mayor relieve del concepto entre epicúreos y estoicos como crítica del propio comportamiento: la naturaleza racional de la moral y la conciencia como voz racional universalista y cósmica de la naturaleza.
El desconocimiento del término, que no de la noción, en el Antiguo Testamento: las categorías veterotestamentarias de “corazón” y “sabiduría”.
El surgimiento explícito del término synéidesis al servicio de la nueva teología en el Nuevo testamento, en San Pablo, precedido de la fuerte interiorización evangélica de la moral. Los distintos aspectos recogidos:
  • Globalidad y centro de la persona (el “corazón” bíblico).
  • Testigo y juez interior del valor moral.
  • Instancia crítica del propio comportamiento.
  • Mediación anticipativa responsabilizadora de lo que se va a hacer.
La primacía absoluta de la conciencia a la hora de decidir.

b) Elaboraciones medievales

Concepción religiosa inicial de la conciencia como manifestación de la voz de Dios y centro unificante de la persona (san Agustín).
La polémica entre la teología monástica (Bernardo de Claraval) y el análisis escolástico (Abelardo) sobre la conciencia errónea (culpable para Bernardo, pero no para Abelardo). EL papel central de la intención en Abelardo, que triunfa con matices en Tomás de Aquino.
La intelectualización progresiva de la noción de conciencia, su análisis más articulado y su fragmentación: la distinción entre sindéresis (conciencia habitual o protoconciencia, originaria y suprema) y conscientia (concienca actual o de aplicación a las acciones concretas).

c) La conciencia en el mundo moderno

La fosilización postridentina de la noción de conciencia como órgano de resonancia de una ley moral dada: el cálculo de la probabilidad de las obligaciones morales y las doctrinas del probabilismo, el laxismo y el casuismo moral. La estéril polémica entre jesuitas y dominicos y la reacción al llegar el Vaticano II.
La primacía luterana de la conciencia: reivindicación de los derechos de la conciencia individual y vinculación de su autonomía con la radical dependencia de Dios. De la primacía de la conciencia (Lutero) y la primacía del cogito (Descartes) a la autonomía ética kantiana. La exaltación de la omnipotencia divina (potentia Dei absoluta) en el sentido de Guillermo de Ockham, que apoyó posteriormente Wittgenstein.
- La transición desde la ética luterana de la voluntad del sujeto, a través de la “muerte de Dios”, a la consagración de la autonomía moral del individuo: de la potentia Dei absoluta a la potentia hominis absoluta.
La ley natural, fuente de los valores morales, va perdiendo durante el Renacimiento su vinculación divina (la naturaleza del hombre como noción central).
Kant y la autonomía como pivote ético central: autonomía respecto de las instancias teónomas y respecto de las inclinaciones sensibles no racionales. El “tribunal interno del hombre”. Las dos dimensiones de la ética kantiana: autonomía (del individuo legislador) y universalidad (de la legislación ética).

d) La crítica a la noción de conciencia en la filosofía contemporánea

Los tres frentes de crítica de la noción de conciencia moral en los siglos XIX y XX: la filosofía de la sospecha, el estructuralismo y el giro lingüístico de la filosofía contemporánea.
La filosofía de la sospecha (Ricoeur) y la reducción de la conciencia a una infraestructura subyacente: infraestructura socioeconómica (Marx), voluntad de poder (Nietzsche) e inconsciente pulsional (Freud).
  • Marx: el modo de producción en la vida material determina el carácter general de los procesos sociales, políticos y espirituales.
  • Nietzsche y la genealogía de la moral como intento de ver en la conciencia un producto del resentimiento y del instinto de crueldad vuelto contra sí mismo: la culpa y la “mala conciencia”.
  • La inversión reductiva de la conciencia no anula en Marx ni en Nietzsche toda moral: las ambigüedades marxistas entre las leyes históricas inexorables y el papel de la subjetividad revolucionaria y la escisión nietzscheana entre la moral de esclavos y señores.
La crítica estructuralista de la noción de sujeto y de conciencia partiendo de las críticas derivadas de la sociología, la antropología cultural y la lingüística estructural de Saussure.
El giro lingüístico de la filosofía contemporánea (Rorty), que ha afectado tanto a la filosofía analítica como a la fenomenología hermenéutica y el marxismo crítico frankfurtiano.

Dos teorías sobre la génesis de la conciencia moral

a) El psicoanálisis freudiano

El psicoanálisis es una ruptura fundamental en la concepión del psiquismo: lo psíquico ya no se identifica con la conciencia, sino que ésta acompaña a algunos actos psíquicos.

Precisiones metodológicas

El psicoanálisis ha conocido un desarrollo plural: nos ceñiremos aquí a la concepción del propio Freud.
El psicoanálisis puede considerarse en una triple perspectiva: método terapéutico, teoría de la vida psíquica y método de estudio de aplicación general. El estudio de las instituciones culturales estuvo presente en el psicoanálisis desde el principio: el análisis de la cultura no ha sido un mero complemento.
La gran fluctuación de la terminología freudiana y el ejemplo del concepto de superyó: no es totalmente identificable con la noción de ideal del yo e incluso se distingue entre superyó, ideal del yo y yo ideal. Abordamos la cuestión desde la perspectiva genético-económica del superyó: éste surge y se edifica a partir de la “disolución” del complejo de Edipo.

Idealización, sublimación, identificación

El concepto de superyó se cimienta sobre las nociones de idealización, sublimación e identificación, conceptos de por sí muy complejos.
  • La idealización es la vía narcisista de la formación del superyó. La oposición entre libido objetal y narcisista, el narcisismo como gran reserva libidinal, la distinción entre narcisismo primario y secundario y la forja de los ideales en la madurez para retener imaginariamente la perfección narcisista de la niñez. La idealización es el proceso por el que el amor ególatra de que en la niñez era objeto el yo verdadero se consagra en la vida adulta al yo ideal.
  • La sublimación cambia el fin sexual primitivo por otro no sexual y psíquicamente afín. La sublimación de las pulsiones cambia el fin de la pulsión, mientras que la idealización cambia el objeto de la libido.
  • La identificación es el proceso por el que el sujeto asimila un aspecto o atributo de otro y se transforma total o parcialmente sobre el modelo de éste. Se utilizó esta noción en relación con síntomas histéricos.
La amplitud del proceso de identificación: los fenómenos de duelo y melancolía y el surgimiento del superyó.
  • Los fenómenos del duelo y la melancolía son parecidos, pero diferentes. Ambos son estados de abatimiento e incapacidad de elegir un nuevo objeto sexual: en la melancolía el sujeto se hace reproches a sí mismo que en realidad van dirigidos al objeto perdido, mientras que en el duelo la realidad exige a la libido el ir desanudando los lazos que le unían al objeto. En la melancolía hay una “identificación narcisista” con el objeto de la libido.
  • El superyó, heredero del complejo de Edipo, proviene de las modificaciones que el propio yo lleva a cabo en sí mismo por identificación con los objetos primordiales de amor (las figuras parentales) y en compensación por la pérdida de éstos.
La culpa y el impulso fanático

La ambigua oposición entre el yo y el superyó, la demolición de la constelación edípica y el refuerzo del carácter punitivo del superyó en su relación con el ello. La articulación de las instancias del yo, ello y superyó con la teoría de las pulsiones (Eros y Tánatos).
La adquisición del carácter punitivo en el superyó por la liberación, producto de la sublimación, de la tendencia a la agresión y a la destrucción, que se direcciona al interior del sujeto: el yo, atrapado entre las exigencias del ello y los reproches del superyó, que actúa contra el yo a través de la moral. El sojuzgamiento pulsional no aplaca al superyó, sino que refuerza su intolerancia.
El sentimiento de culpa, provocado por la unión de la sofocación cultural de los instintos, el sadismo del superyó y el masoquismo moral.

Perspectivas culturales

La pugna entre libido y cultura siempre desemboca en algo trágico. Para que las pulsiones eróticas que mantienen la cultura florezcan, los impulsos agresivos deben ser sofocados, dirigiéndose contra el propio individuo y vigilando su yo: el desarrollo de la cultura va unido inexorablemente con el sentimiento de culpabilidad. Los conflictos no son contingentes, sino necesarios. No ha lugar a las observaciones optimistas del propio Freud o a los intentos conciliatorios de los neofreudianos.
El alegato de Freud contra la Ilustración ingenua y su suposición de que el camino de la cultura conduce de forma necesaria hacia la perfección humana.

Consideraciones finales

La crítica psicoanalítica de la moral no es una crítica sustantiva, sino genético-funcional. No se pregunta por el problema del fundamento de la moral, sino por el de su origen y función. No se trata de una filosofía del deber ser, sino una psicogenética de la moral, de lo que llega a ser deber.
El psicoanálisis freudiano elimina toda posibilidad de una liberación sin trabas, y afirma que la entrada del individuo en la cultura siempre es un proceso doloroso.
El mito del padre primordial de la horda primitiva no es sino una creación del fantasma infantil de omnipotencia. Este mito está relacionado con las dos prohibiciones fundamentales de la cultura: el asesinato (del padre) y el incesto.
Sólo gracias a la severidad del superyó respecto de la realización sin retricciones de los impulsos puede alcanzarse un orden en la conducta humana. El superyó es el fruto de la represión y del rechazo, no su causa. Es el yo quien rechaza los impulsos que lo inquietan.
Freud no niega la posibilidad de mejoras en la cultura, pero niega el intento de acceso a una moral o una cultura sin represión.
El psicoanálisis no pretende renunciar a toda exigencia, pero recela de la conformación a un ideal que trate de realizar los impulsos más arcaicos que dice rechazar: el imperativo categórico kantiano se da la mano con el goce sadiano erigido en imperativo (Lacan). A partir de Freud, la crítica kantiana de la patología de las inclinaciones debe completarse con la crítica freudiana de la patología del deber (Ricoeur). Desconfianza de las propuestas que tratan de armonizar el amor propio con los intereses de los demás (al estilo de Fromm).
En Freud se sugiere la posibilidad de que la elaboración cultural de los restos infantiles, la sublimación, no sólo repite los arcaísmos infantiles, sino que nos abre a nuevos sentidos, a nuevas fantasías, reelaborando fantasías arcaicas.
La tarea de nuestra vida moral, abierta e imprecisa, consistiría en la reelaboración por la que se trata de conjugar nuestro deseo en diálogo con la realidad y los otros.

b) El cognitivismo: Piaget y Kohlberg

Piaget y Kohlberg se centran en el surgimiento de las estructuras cognitivas que posibilitan el desarrollo.

J. Piaget

Piaget estudia el juicio moral en su estudio sobre el desarrollo de la inteligencia humana, que se desenvuelve a través de procesos cognitivos en orden cronológico.
La mente humana opera con dos funciones invariantes: organización y adaptación al entorno (asimilación y acomodación). La mente no sólo absorbe datos, sino que busca información, en su interacción con el medio, que le permita construir un sistema de orden. La información relevante en cada etapa depende de las estructuras mentales. Existen cuatro estadios de desarrollo (métodos de organizar la información):
  • Sensomotor (hasta los 2 años), limitación al ejercicio de capacidades sensoriales y motoras.
  • Preoperatorio o prelógico (hasta los 7 años), llegada del pensamiento (“representación interna de actos externos”). Los niños están cognitivamente centrados en sí mismos.
  • Operaciones concretas (hasta los 11 años), acciones mentales reversibles con poca capacidad de abstracción.
  • Operaciones formales (desde los 11 años), capacidad de razonar en términos de abstracciones formales.
La inteligencia opera también en el área del afecto; la interacción entre ambos se pone de relieve en el juicio moral (estructura cognitiva sobre el trato que nos debemos a nosotros y a los demás).
El estudio por Piaget del desarrollo del respeto por las reglas y el sentido de la solidaridad en los juegos por los niños: etapa de respeto unilateral (las reglas como leyes inmutables y autoridades fijas) y etapa de respeto mutuo (las reglas como fruto cambiable del acuerdo, concepto moral de cooperación).
La conducta se hace más racionalmente guiada por reglas a medida que los niños entienden mejor los conceptos sociales en que operan.

L. Kohlberg

El ejercicio del juicio moral es un proceso cognitivo que nos permite reflexionar sobre nuestros valores y ordenarlos en una jerarquía lógica. El proceso cognitivo y moral de asunción de roles: el desarrollo de los procesos cognitivos, condición necesaria –pero no suficiente- para el de los paralelos niveles sociomorales. Son estructuras que emergen de la interacción con el entorno social.
Kohlberg distingue en el desarrollo del juicio moral tres niveles (enfoques de problemas morales), cada uno con dos estadios (criterios por los que el sujeto ejercita su juicio moral, forman una secuencia invariante e integran jerárquicamente las estructuras en niveles más bajos). Los estadios, descripciones de puntos de equilibrio ideales en el camino del desarrollo. Los tres niveles:
  • Nivel preconvencional, las cuestiones morales se enfocan desde los intereses concretos. Propio de los niños, de muchos adolescentes y de algunos adultos.
  • Nivel convencional, las cuestiones morales se enfocan desde el intento por desempeñar bien el rol social que al individuo le corresponde. En la adolescencia y en la mayoría de adultos.
  • Nivel postconvencional o de principios, menos frecuente, surge al comienzo de la adultez y es propio de una minoría de adultos.
Los paralelismos de estos niveles con las etapas del desarrollo cognitivo de Piaget. El debate sobre los estadios 5 y 6, con menos datos empíricos: el avance sobre el estadio 4, la “crisis de relativismo” y la propuesta de un estadio 4 ½ de vuelta al estadio 4. El estadio 5 (perspectiva relativista de los valores pero en búsqueda de un contrato social) y el estadio 6 (deberes categóricos y juicio moral concebido como algo consistente y universalizable).
La teoría de Kohlber: una serie de valores universales, de prácticas variables, encarnados en instituciones sociales, surgiendo de la experiencia de intercambio con otros y a modo de modelos conceptuales regulatorios de la interacción social.
La compleja relación entre el saber y el actuar, que afecta a dimensiones emocionales (juicios morales más adecuados que otros no implican personas más morales). Los estudios empíricos longitudinales de Kohlberg en distintas clases y países, criticados como etnocéntricos y desde una perspectiva más masculina.
La discusión sobre la naturaleza del estadio 6, ausente en muchas muestras estudiadas: ¿etapa del desarrollo natural o punto de equilibrio ideal? Habermas: la psicología cognitiva como enfoque de apoyo a la reconstrucción racional de la competencia comunicativa y la consideración de los estadios del nivel postconvencional como “estadios de reflexión” más que como “estadios naturales de desarrollo”. La crítica habermasiana de la tesis de Gilligan de un supuesto estadio 7 (“postconvencional contextualista”).

Autonomía y universalidad en las éticas discursivas. Conciencia y disidencia

El problema de la conjugación de los dos pilares de la ética kantiana (autonomía de los individuos y universalidad de la ley moral) en el pluralismo axiológico del mundo de hoy (la naturaleza humana, categoría moral e histórica más que natural). Lo acertado del diagnóstico de Weber sobre el pluralismo axiológico y su distinción entre racionalidad teleológica (modelo de racionalidad occidental) y racionalidad valorativa o de fines (sin un criterio estatuido claro).
La necesidad apremiante en la actualidad de una ética que respete la diversidad cultural y las peculiaridades individuales desde una perspectiva universalista: las éticas discursivas de Apel y Habermas, que no se centran monológicamente en la conciencia, sino que parten de la pragmática del lenguaje (tras el giro lingüístico) y buscan la solución en la racionalidad comunicativa. Las líneas de pensamiento que recoge Habermas.
Habermas y la resolución discursiva de los conflictos entre las pretensiones de validez de distintas creencias o convicciones morales: la posibilidad de consenso en la situación ideal de habla, que no es un fenómeno empírico pero tampoco un constructo teórico, sino una suposición inevitable y anticipable en toda discusión.
La racionalidad comunicativa como propuesta de armonización de los dos pilares de la ética kantiana a través, no de una filosofía trascendental de la conciencia, sino de una trasposición dialógica del imperativo categórico kantiano: el énfasis se desplaza de lo que cada cual puede querer que se convierta en ley universal a lo que todos acuerden que se convierta en norma universal.
Ética procedimental como estructura de instauración de una normatividad común colegislada a través de una discusión irrestricta que busca la generalizabilidad de los intereses. La no necesariedad de contradicción de esta normatividad universal con un pluralismo de formas de vida.
Algunas críticas al modelo habermasiano (Muguerza): la anfibiología del término “comprensión” (“entendimiento”) y la interpretación de los acuerdos discursivos como concordia discorde: el logro, si no de un consenso, al menos de un compromiso que preserve el lugar para la disidencia individual (espacio en el que la conciencia individual se alza como fundamento de desobediencia de cualquier regla que atente contra los propios principios).
El individualismo ético (un individuo nunca podrá imponer sus puntos de vista a los demás, pero siempre estará legitimado para impedir que cualquier mayoría se alce sobre su conciencia) y el derecho a la objeción de conciencia: la diferencia entre ésta (desobediencia individual) y la desobediencia civil.
El desarrollo continental de la ética, viaje de ida y vuelta de la conciencia al discurso.
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