Carácter, Hábitos, Actos

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La realidad moral del hombre son los hábitos (objeto material de la Ética) anclados y unificados en una realidad ética más profunda, el êthos o carácter moral, aquello que nos hemos apropiado en cuanto a nuestro modo de ser, viviendo. El êthos forma realmente una figura. Heidegger y Zubiri levantan la ética sobre el concepto de êthos: en cuanto “morada” (Heidegger) o en cuanto “carácter” (Zubiri), al igual que Schopenhauer (carácter moral congénito y no modificable) y los estoicos.
La tradición filosófica explícita pierde pronto de vista el êthos como objeto de la Ética: el êthos, raíz unitaria de los hábitos, es menos visible que éstos y que los actos, y además el êthos no es un concepto “práctico” (manifestable o modificable directamente). La pérdida del concepto de êthos como sentido unitario de la realidad moral se ha traducido históricamente en la atomización de la vida psíquica y moral, si bien hay que constatar la reacción actual de la Escolástica contra la ética atomizante.

El objeto material de la Ética está constituido por el carácter (êthos), los hábitos y los actos humanos, pero no aislados, sino en cuantos elementos de la vida en su unidad temporal (“vida moral”). En la visión de J. Leclercq la vida moral debe ser comprendida como un todo continuo. Sin embargo, es necesario subrayar, junto a la continuidad, la discontinuidad de la vida como unidad “articulada”. ¿Cómo constituir en objeto lo que es pura distensión temporal?. De dos modos: “realmente” (en el êthos se decanta, posa e imprime lo que permanece del fluir de la vida) y “vivencialmente” (se aprehende en actos discursivos, referencia de todas nuestras acciones al fin último de la vida y en actos intuitivos que son los que descubren la unidad de la vida, carácter privilegiado, resumidor o definitorio, por su intensidad o su kairós –emplazamiento en la secuencia de la vida).
Los actos privilegiados por su intensidad son estos: el “instante”, la “repetición” (Kierkegaard, Jaspers, Heidegger) y el “siempre” (Zubiri). El acto privilegiado por su kairós es la “hora de la muerte”. Veámoslos uno por uno.
  • El “instante” es el acto momentáneo que se levanta sobre la sucesión temporal y toca la trascendencia, es la eternidad en el tiempo. Reviste varias formas (éxtasis, entre otras), se dota de distintos contenidos (religioso, moral, religioso-moral, y otros) y surge en diferentes disposiciones anímicas (angustia, serenidad, rapto, etc.)
  • La “repetición” es la actualización concentrada en un instante de la totalidad de la vida., asume y retiene el pasado frente al olvido. Su contenido puede ser el arrepentimiento.
  • El “siempre”, es el instante “de una vez por todas”. En él se reasume por modo sobre-temporal la vida fluente. El hombre está autopresente ante su propia recurrencia, incluso en ella y sobre ella. Existe un posible fundamento teológico, cristológico y soteriológico de la estructura fundamental del “siempre” (San Pablo, Rom., 6, 10 y Hebr., 7, 27). Del “siempre” surge la sucesión temporal y en él se aprehende, en cuanto acto privilegiado, el sentido unitario y total del tiempo vital.
Los actos (actualizaciones de estructuras) del “instante”, la “repetición” y el “siempre”, son actos definitorios, pero no definitivos. La “hora de la muerte” es un acto definitivo –no actualización de estructuras- y presenta dos aspectos: el propio suceso (el “morir”) y lo que tiene de última instancia concedida al hombre para la realización de su obra moral. Karl Rahner ha distinguido, a este respecto, entre muerte biológica y “muerte libre”. Desde este instante, el êthos va a quedar definido y terminado y las posibilidades, fijadas para siempre.

Frente al tiempo como “duración” (Leclercq), hay que considerar las dos duraciones del tiempo: la futurición y el emplazamiento. La “futurición” es el tiempo de los afanes, propósitos y proyectos, mientras que el “emplazamiento” es el tiempo del “mientras” (Zubiri), en el que aún tenemos en nuestras manos la definición de nuestra vida. En “la hora de la muerte” la voluntad queda inmovilizada en el último fin que ha querido (Aquinate) y la vida se transforma en Destino (Malraux).

En resumen:
  • El objeto material de la Ética es el êthos (personalidad moral) definido a través de todos y cada uno de los actos y los hábitos.
  • Puede tenerse junta vivencialmente la vida entera a través de ciertos actos privilegiados que la resumen (“instante”, “repetición”, “siempre”) y del “carácter” en que queda impresa.
  • La vida en su totalidad no es sólo duración, sino también futurición y emplazamiento: el hombre se proyecta y se propone, dispone de un tiempo limitado para configurarse éticamente y está situado en un tiempo no uniforme, sino cualitativo.
  • Esa creación o cuasicreación que es el êthos es constitutivamente tempórea (como toda (cuasi)creación).
El tiempo histórico de la (cuasi)creación moral es cualitativo por estar abierto al concepto de posibilidad. La perfección ética ha de hacerse en el tiempo y con el tiempo. Hay que insistir en los conceptos de kairós y de eukairía (momento propio) y en su importancia en la tarea moral. El êthos se va forjando a través de los sucesivos kairoi. La perfección es cualitativamente distinta para cada persona y para cada kairós.
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